martes, 2 de diciembre de 2008

LA VÍA DEL CONFUCIANISMO


En la imagen mi hermano y el Bicho a metros de morir :S, potente imagen de todos modos, en radal 7 tasas, region del maule, Chile.
LA VÍA DEL CONFUCIANISMO

Respecto del camino, el hombre inteligente va más allá del mismo y el imbécil no llega lo suficientemente lejos.

De El Chang Yong, 4

Confucio dijo:

… Cuando un hombre practica los principios de la conciencia y de la reciprocidad, no se encuentra lejos de la ley universal. Lo que no quieras que los otros te hagan a ti, no se lo hagas a los otros.

De el medio dorado de Tsesze, XIII


Confucio nació en China hacia la misma época que Buda en La India y Pitágoras en Grecia, el año 552 antes de Jesucristo.
Al igual que la mayoría de los auténticamente grandes jefes éticos y morales, no escribió nada. Sus enseñanzas fueron recogidas (por sus discípulos) en cuatro obras principales, un siglo después de su muerte, y se las denominó los Shu (Los cuatro clásicos). De ellos, la obra ética más importante es el Luen Yu.
Confucio fue un hombre y no un dios. No expuso ni teorías ni una máxima universal. No ofreció fórmulas a la Humanidad o mandamientos divinos. Evitó tratar con el misticismo y con los asuntos espirituales, y se preocupó más bien por lo tangible, por las actividades de cada día, por las complejidades y dilemas d ela vida.
A menudo es llamado el mayor maestro de la historia de China, y dedicó toda su vida a sus enseñanzas humanísticas y a la formación del carácter moral. En esencia, puede decirse que fue más un reformador social que un disidente religioso. Su mayor preocupación se basó en estimular a los individuos para conseguir el valor de ser ellos mismos y alcanzar la sabiduría, a fin de convertirse en una parte activa de la sociedad en la que vivían. En realidad, el propósito de toda autoactualización, según Confucio, radica en ayudarnos a descubrir nuestra parte en el proceso de ordenar y armonizar el mundo.
En los capítulos 4 y 5 del Gran Estudio, Confucio declara:

Los antiguos príncipes que deseaban desenvolver e ilustrar en sus Estados el principio luminoso de la razón que recibimos del cielo, se aplicaban primero a gobernar bien sus reinos; los que deseaban gobernar bien sus reinos se aplicaban primero a gobernar bien sus familias; los que deseaban ordenar bien sus familias se aplicaban primero a enmendarse.

Y continúa

Los que deseaban enmendarse se aplicaban a procurar virtud a su alma: los que deseaban aplicar virtud a su alma se aplicaban antes a conseguir que sus intenciones fuesen puras y sinceras; los que deseaban que sus intenciones fuesen puras y sinceras se aplicaban antes a perfeccionar cuanto les fuese posible sus conocimientos morales; y perfeccionar nuestros conocimientos morales consiste en penetrar y profundizar los principios de las acciones. Cuando hemos penetrado y profundizado en el principio de las acciones, los principios morales alcanzan, luego, su mayor grado de perfección; cuando los conocimientos morales han alcanzado su mayor grado de perfección, nuestras intenciones se tornan , acto seguido, puras y sinceras; si las intenciones se tornan puras y sinceras, el alma se llena de probidad y rectitud, nuestro ser queda corregido y mejorado; una vez corregido y mejorado el ser, la familia es bien dirigida; cuando la familia es bien dirigida, el reino es bien gobernado; y cuando el reino es bien gobernado, el mundo goza de paz y de buena armonía. [Versión tomada de J. Farrán y Mayoral, CONFUCIO: Los cuatro Libros, Plaza & Janés, S. A., Barcelona, 1982.]

En esencia, para los confucianos esto señala el camino del pleno funcionamiento del ser humano. Sugiere una investigación activa en bien del conocimiento; este conocimiento se dirige a reforzar tanto la mente como la voluntad, y resulta del cultivo continuado de la cualidad de persona y de la sociedad. Desarrolla el “yen”, la perfecta armonía, que está sobre todo relacionada con el crecimiento del respeto a sí mismo, la magnanimidad, la buena fe, la lealtad, la diligencia y la beneficiencia.
Para Confucio, la cualidad de persona no era un estado de perfección, sino, más bien, un estado muy humano, siempre cambiante, a menudo acompañada de ansiedad. El filósofo dijo: “La virtud no es cultivada; el estudio no es requerido cuidadosamente; si se oye profesar principios de justicia y de equidad, no se quiere seguirlos; los malos y perversos no quieren corregirse; ¡ésta es la causa de mi dolor! (Luen-Yu, VII, 3; versión tomada de J. Farrán Mayoral en la obra antes citada.) ”
En un excelente libro llamado Confucio y el humanismo chino (1969), el autor Pierre Du-Dinh describe la persona de Confucio de la forma más iluminadora. Sugiere que, dado que Confucio fue ejemplar con su idea de la persona en pleno funcionamiento, parece apropiado referirse a sus cualidades. Declara que “sus modales eran gentiles, calmosos, austeros e inspiraban respeto sin suscitar miedo. Era sobrio y sereno y , al mismo tiempo, cordial y alegre. Era respetuoso y dado a los actos de una espontánea sensibilidad. Aparecía a un tiempo noble y humilde. Tenía una imagen sensible y estricta de sí mismo, y dedicaba todas sus energías a ser lo que deseaba ser”. ¡Ejemplar sin duda!
Los seguidores de Confucio en pleno funcionamiento no sólo son personas preocupadas por el cultivo de sí mismas y de la armonía, sino inquietas por las relaciones con otros seres humanos. Sentían profundamente que una persona sólo se convertía en plenamente humana si él o ella se hallaba en unión con otro u otros. La esencia de esta unión sería el amor, puesto que sin amor no se puede ser auténticamente persona.
Por lo tanto, no existe lugar para la negligencia, la hipocresía, la deshonestidad, el engaño, el egoísmo y el provincialismo, puesto que el objetivo del confuciano en pleno funcionamiento es la unificación de todas las cosas en el enlace de las polaridades de darse a sí mismo y el amarse a sí mismo, que creían era una sola cosa.
Para la persona, la plena humanidad procede del esfuerzo del cultivo humano y de la perfectibilidad, y aplicar esta unificación perfeccionante del ser a los demás, al Estado y al mundo.
Del libro SEr Persona,Leo Buscaglia.

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